El modelo aguacatero en Michoacán genera 3,500 millones de dólares al año, pero mantiene al 45% de su población en pobreza. La “geografía del poder aguacatero” revela un sistema que acumula riqueza y erosiona bosques, agua y derechos laborales. ¿Puede el Plan Michoacán cambiarlo? / La geografía del poder aguacatero
La geografía del poder aguacatero
Uitzume, el perro del lago*
Esta semana, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia con una franqueza poco común en el discurso oficial: “Hay que revisar el modelo de producción del aguacate; entender por qué los jornaleros no tienen seguridad social, por qué el campo es víctima de la extorsión y por qué, a pesar de tanta riqueza, persiste la desigualdad.”
La pregunta es histórica: ¿cómo es posible que un territorio que exporta 3,500 millones de dólares anuales en aguacate mantenga al 45% de su población en pobreza y al 63% en informalidad laboral?
Reclus y la geografía como ciencia social
Élisée Reclus (1830-1905) fue un geógrafo francés que revolucionó su disciplina al entenderla no como descripción del paisaje, sino como análisis de las relaciones de poder sobre el territorio.
Para Reclus, cada geografía refleja una organización social: los sistemas de explotación de la naturaleza son inseparables de los sistemas de explotación humana.
Su frase —“la humanidad es la naturaleza que toma conciencia de sí misma”— sintetiza una idea radical: no hay crisis ambiental sin crisis social, ni viceversa.
Utilizamos su pensamiento para analizar Michoacán porque el modelo aguacatero representa exactamente lo que él estudiaba: un sistema económico que transforma el territorio según la lógica de acumulación de capital, generando simultáneamente degradación ambiental y desigualdad social.
Donde Reclus veía la relación entre dominación de la tierra y dominación de los pueblos, hoy observamos la conexión entre deforestación y precariedad laboral.
La geografía del poder aguacatero
El problema no está en el árbol, sino en el modelo que lo explota. El aguacate michoacano se convirtió en emblema de progreso, pero encarna un sistema que privatiza recursos, presiona ecosistemas y subordina trabajadores. Las cifras macroeconómicas celebran récords de exportación mientras los suelos se erosionan, los manantiales se agotan y las comunidades pierden control sobre su territorio.
Entre 2000 y 2019, Michoacán perdió 65,000 hectáreas de bosque por el cambio de uso de suelo hacia huertas de aguacate. La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente estima que entre 6,000 y 8,000 hectáreas de bosque desaparecen cada año —entre 30% y 40% de toda la deforestación estatal— para dar paso a huertas, muchas de ellas ilegales.
Investigaciones de la UNAM proyectan que, para 2050, podrían perderse otras 60,000 hectáreas de bosque templado si la tendencia continúa.
El impacto va más allá de la pérdida de árboles. En la Meseta Purépecha, la sustitución de bosques de pino-encino por huertas ha alterado el ciclo hidrológico: una hectárea de aguacate consume 1.6 veces más agua que una hectárea de bosque. En el Oriente, manantiales que abastecían a comunidades enteras se han secado para irrigar huertas de exportación.
La explotación laboral completa el cuadro. Los jornaleros ganan entre 250 y 330 pesos por jornal, trabajando apenas tres o cuatro días a la semana, en un estado donde el salario mínimo es de 278.80 pesos diarios. Solo 22,000 de los más de 120,000 jornaleros aguacateros cuentan con seguridad social. Y sobre todo esto, la extorsión del crimen organizado cobra hasta 40% de los ingresos de los productores, según datos oficiales.
La contradicción es estructural: Michoacán produce divisas, pero no derechos. Genera riqueza concentrada en consorcios exportadores e intermediarios, no en quienes siembran y cosechan.
Las alternativas comunitarias
En los márgenes del modelo aguacatero operan comunidades que demuestran alternativas viables: Cherán, Pichátaro, Sevina, Arantepacua; pueblos que recuperaron el control de sus bosques y los gestionan colectivamente.
Donde las asambleas comunitarias deciden qué se siembra, cuánto se tala y cómo se distribuye el beneficio, los bosques se regeneran y la violencia disminuye.
Estas experiencias confirman el principio reclusiano: cuando el bosque deja de ser “recurso natural” para convertirse en bien común bajo control comunitario, se transforma también la relación social.
No hay talamontes porque la comunidad vigila. La extorsión disminuye porque el poder se horizontaliza. No hay pobreza en medio de la riqueza porque la ganancia se distribuye según la necesidad, no según el capital.
¿Qué debe hacer el Plan Michoacán?
Si el Plan Michoacán por la Paz y la Justicia realmente quiere transformar el campo, no bastará con revisar mecanismos de exportación o reforzar la seguridad.
Las preguntas que planteó la presidenta son correctas, pero las respuestas exigen más que políticas públicas: reconocer derechos territoriales comunitarios, poner límites legales a la expansión aguacatera, garantizar seguridad social universal para jornaleros y permitir que quien trabaja la tierra pueda decidir sobre ella.
Reclus escribió que “la libertad de los pueblos es la salud de la Tierra”. En Michoacán, esa libertad empieza por reconocer que la riqueza sin justicia es solo otra forma de devastación.
El bosque no necesita discursos: necesita derechos. Los jornaleros no necesitan promesas: necesitan salarios dignos, seguridad social y jornadas laborales estables. Las comunidades no necesitan ser salvadas: necesitan que se respete su capacidad de autogobernarse.
Solo así el Plan Michoacán dejará de ser un anuncio para convertirse en un cambio real. Porque, como advirtió Reclus, no hay prosperidad duradera sin equilibrio entre la humanidad y la naturaleza que la sostiene.
*Uitzume, el perro de lago es la editorial de en15dias.com.
Está escrito a tres manos por las editoras y editores. Este espacio analiza, desde una visión crítica aguda, ácida y siempre profunda, las problemáticas socioambientales, de derechos humanos y de salud comunitaria en Michoacán.
Este espacio pone énfasis en lo que se pregunta, pero no se cuestiona; en lo que se observa, pero no se escribe, y en lo que se habla, pero no se escucha.
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